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  • El Malensañado

Reflexión acerca de la desinformación (Álvaro Delgado Ponce)

La desinformación comprende el ejercicio de publicación de noticias falsas. En esencia,

publicar una noticia que no es veraz es desinformar. Calire Wardle clasifica estas acciones en

siete subcategorías. De ellas solo una hace referencia a lo humorístico, lo paródico. Las seis

restantes aluden a inexactitudes de contexto, fuentes, conexiones… Hecha a propósito o no,

esto, como lector y potencial autor solo me traslada inquietud y curiosidad a partes iguales.


Si pretendemos analizar la desinformación podemos afirmar que tal vez lo más positivo

que conlleva es que, gracias a sus duras consecuencias, nos ha vuelto a enseñar la importancia del periodismo y del intercambio de información en la actualidad.


En un inicio podríamos pensar que las redes sociales y las innovaciones tecnológicas han

venido para aislarnos, crear nichos y para evadirnos por completo de lo objetivo. Pero las nuevas generaciones no huyen de la televisión y los periódicos en busca de evasión. La necesidad de información es algo intrínseco al ser humano y sigue estando presente en los jóvenes de hoy en día. Lo único que estos buscan es encontrar voz propia, tal vez por rebeldía o por ser nativos digitales y exigir a los medios tradicionales que se adapten a su modo de entender la realidad.


Pero querer todo de forma inmediata y en su móvil no tiene nada que ver con otro suceso

de importancia en la actualidad: la sobredosis de información. Todos, mayores y pequeños,

escogemos siempre las fuentes de información que consideremos más cercanas a nosotros

poniendo en juego factores subjetivos (quién me cae mejor) negándonos a contrastar

(propiamente hablando, poner en evidencia a alguien que piensa lo contrario a ti no es

contrastar).


La desinformación, por tanto, se engendra más bien por esto último. Como consumidores

no somos responsables, no se nos ha dado una educación para desconfiar de cualquier cosa que se nos muestre en internet (no a todos). Y como receptores de información clasificamos toda noticia según favorece nuestro pensamiento o lo perjudica para saber si apoyarlo o no. En ningún momento cuestionamos nuestra postura de la misma forma que en ningún momento cuestionamos si esa noticia es verdadera o falsa.


Los autores o emisores de información, por otro lado, han comenzado a ser anónimos.

El surgimiento de blogs, páginas en las que la información es asumida por una base de usuarios ha conllevado que la opinión que más prevalezca sea la que más interacciones sociales genera. Y es que si en algo han contribuido las redes sociales a la desinformación es la democratización de la opinión. No todas las opiniones y argumentos son igual de validos (hay expertos en el tema, personas que conocen el asunto más de cerca) pero a la hora de apoyar una noticia sí. Un “like” o un “retweet” (que expanden el radio de difusión de una noticia) no cambia dependiendo de nada.


De esta forma periódicos, revistas, cadenas de televisión… están más bien participando

en un mercado. Los emisores de información están olvidando los criterios que hacían a una

noticia digna de ser noticia o simplemente veraz para responder a gráficos sobre su público y si este aumenta o disminuye. Al crearse un mercado en torno a la información ésta va a tener que participar en un juego de oferta-demanda que va a alterarla inevitablemente favoreciendo la desinformación.


Por esta misma razón, los medios parecen estar en una encrucijada en la que tiene que

elegir si arriesgar su permanencia por mantener los valores de fiabilidad o si asegurar su

supervivencia apostando por hacer noticia cualquier cosa que pueda tener un público. Pero,

antes de cuestionarnos si el periodismo está haciendo bien o cuál es su papel de cara a la

desinformación debemos considerar ciertos acontecimientos históricos que parecen haber

aumentado la concienciación popular con las fake news.


Si con el 11-S se puso en tela de juicio la seguridad de los aeropuertos y los vuelos en

todo el mundo, recientemente el Brexit en Reino Unido y la victoria de Donald Trump en

Estados Unidos han hecho que la desinformación comience a tomarse en serio. Ambos sucesos parecían no corresponderse en absoluto con la mentalidad de sus países

y las encuestas realizadas previamente. Y, si bien no debemos pasar por alto la vuelta de

ideologías más derechistas, todo apunta a que la desinformación había guiado el voto de la

mayoría.


Sputnik publicó un artículo recientemente (La Verdad Sobre las Fake News; Así los jóvenes

de Macedonia convirtieron a Donald Trump en Presidente de Estados Unidos) que ilustra muy bien como táctica de la campaña electoral de Trump consistente en tergiversar información e incluso difamar por medio de redes sociales (facebook) a sus contrincantes fue la más exitosa y sienta un precedente muy a tener en cuenta para el resto de partidos del mundo entero. De esta forma desaparece el contexto de las noticias y todo hecho es puede convertirse en noticia y a su vez eslogan.


Y es que si todo es susceptible de convertirse en noticia nada lo es. La

desinformación por tanto esta muy relacionada con la “noticiabilidad”. Cada vez importa menos el foco, dónde decidimos apuntar para decir qué es noticia y qué no, y más la forma que, como hemos visto antes debido a la fuerte competencia será cada vez más sensacionalista, más agresiva y menos informativa. Si los medios entran en una guerra de estilo nos sometemos a la subjetividad de la audiencia.


Desde mi punto de vista, la desinformación y los rumores siempre han existido. Crees de

distinta forma lo que te dice un pariente que lo que te dice la televisión. Ahora ambos medios

compiten y su verificabilidad se homogeneizado. Por esa razón antes se hablaba de la corrupción de ciertos magnates de la información como Randolph Hearst y ahora se habla de

desinformación. Siempre se ha manipulado la información, lo único que ocurre es que ahora se hace en todos los sentidos ya que todos somos emisores y receptores.


La única solución es la evidente, que la desinformación sea lo que coloque al periodismo y

a la información en un lugar de poder, que los medios no se peleen con usuarios y que no se

discuta el Brexit o a Donald Trump en una tertulia. Deben ser las razones por las que nos

replanteemos quién nos está informando y por qué. En el que elijamos la información a la

opinión, en el que busquemos una objetividad máxima como exclusivo propósito de un

periodismo que vaya, por otro lado, siendo capaz de adapatarse a las nuevas generaciones.


La juventud no es más sensacionalista, no quiere informarse menos, quiere asegurarse de

que no es engañado y que puestos a ello, lo sea por alguien de confianza. La desinformación no tiene que ser el muro contra el que nos choquemos si no la prueba de que preferimos otra

alternativa. Precisamente lo que es preciso que potencie la desinformación es que, como yo, lectores y potenciales autores reflexionemos sobre la actualidad, la calidad en la información y sobre cómo afrontar un periodo de luces y sombras, de verdades a medias y objetivos encubiertos para la información que día a día leemos.

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