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Reflexión acerca de la desinformación (Selma Escalona Saz)

La desinformación es un concepto que apareció a partir del siglo XX, con su apogeo durante la Guerra Fría. Si bien la desinformación como arma viene usándose desde la propia organización social, como señala Romero (2013), hoy en día ha ido adquiriendo matices conforme el contexto histórico y, sobretodo, tecnológico evolucionaba. Esto complica enormemente definir un concepto tan difuso y tan utilizado en la actualidad por los medios que nos rodean. Un claro ejemplo de este mal uso del término, es el propio Donald Trump que recurre constantemente a él para desacreditar trabajos de medios que rechaza.


Como una definición mas concreta, entendemos por desinformación al acto de dar información intencionadamente manipulada (sin pruebas, falsa, descontextualizada …) al servicio de ciertos fines. Pero realmente, ¿hasta qué punto nos afecta el “desinformarnos”?


Principalmente, el mayor peligro intrínseco de estas prácticas es la formación de ideas distorsionadas de hechos que formulen una visión errónea de la realidad en la que vivimos. Asimismo, para entender la magnitud de este fenómeno, Rodríguez A. (2018) diferencia dos factores fundamentales sobre los que se sostiene la acepción más completa de la palabra. Por un lado, la importancia del desarrollo de los medios de comunicación y su implacable efecto sobre una sociedad ultra-comunicada, y, por otro, la posición pro-activa del espectador ante la recepción de esa información.


Estos dos factores se concentran en torno a una lucha de fuerzas, un equilibrio entre quien posee la información, quien la emite y quien la recibe. Si bien este equilibrio con la aparición de un mundo globalizado se ha visto trastocado, frases como “la información es poder”, emitida por Francis Bacon a finales del siglo XVI se mantiene en el tiempo.


Quién tiene el poder de decidir cómo vemos el mundo, quién está detrás del fenómeno de la desinformación y conocer quién inicia esa cadena de producción es esencial para entender donde nace la desinformación.

Los periodistas, como destaca Rivas, se plantean como la causa inicial de este fenómeno. Son aquellos que desinforman de manera consciente o inconsciente al no contrastar fuentes. No obstante, esta cadena se solapa con un medio que avala esa información y, en ultima instancia, la opinión publica como receptor final.


Es importante distinguir opinión publica de público, ya que la desinformación solo es efectiva cuando logra expandirse ante las grandes masas como un hecho verídico. Es decir, es habitual que pequeños grupos crean a determinados medios antes que a otros, ya que, como receptores, consumimos aquello mas afín a nuestros gustos o nuestra ideología. No obstante, el peligro de la desinformación es cuando las llamadas “fake news” se legitiman ya sea por el medio que las avala o por la opinión publica que las asume como veraces.

Esta visión, en sintonía con el autor Mac Hale (1988) sitúa a los periodistas en el punto de mira, como responsables primarios del problema.


Por otro lado, existe un elemento que trastoca no solamente el poder y la responsabilidad de los medios típicamente hegemónicos, sino que se convierte en el nuevo terreno de juego de la desinformación (Argemí, 2013). Internet se ha convertido en el lugar idóneo para que germinen estas informaciones falsas, que se expanden saltando todo un proceso periodístico que antes podíamos exigir a los profesionales de la información. En otras palabras, Internet permite a cualquier individuo producir información (como mencionábamos antes sin rigor periodístico) de manera fácil e instantánea, lo que genera creadores de información no legitimados aunque sí validos ante una comunidad hambrienta de nuevas noticias.


A pesar de ello, es importante comprender que la ciudadanía continua informándose mayoritariamente a través de la televisión, siendo las redes un canal secundario y legitimando a los medios de comunicación tradicionales en primera estancia. Es posible que esto parezca algo positivo, pero desafortunadamente la mayoría de televisiones privadas priorizan el entretenimiento por encima de la información. Además, si bien las redes sociales forman parte de una fuente secundaria aportan datos e información que fomenta esa sobreexposición informativa.


Una vez comentado cómo se genera este tipo de contenido en el ámbito privado, los comunicados por parte del poder de instituciones u organismos públicos es otra fuente problemática que puede contener falsas informaciones. De nuevo, encontramos el peligro de validación por parte de una figura pública, que suponemos real. Como sociedad, asumimos que las informaciones dadas en público no serán falsas, ya que su desmantelamiento supondría una invalidación absoluta del emisor. No obstante, en un mundo sobre-estimulado de información, muchas veces el mensaje cala en la población (generalmente por su carácter incendiario) sin necesidad de una argumentación, ya que habrán aparecido nuevas informaciones que desvíen la atención a ese necesario desarrollo de la noticia primera. Como dijo Carles Pont, coordinador de Polcom en una entrevista para La Vanguardia “La mentira tiene algo muy bueno: miente que algo queda. Aunque después quieras combatir el rumor, difícilmente llegarás a todas las personas que lo escucharon”.


Un ejemplo del uso de esta herramienta de la desinformación en el ámbito gubernamental, es el conflicto ruso ante el derribo del avión de Malaysia Airlines en la guerra de Ucrania. Cuando Rusia se dio cuenta que no era un avión militar sino civil, sacó una batería de teorías falsas para ocultar la verdad del hecho.

Por otra parte, los usos de estas prácticas no son siempre evidentes. En la actualidad, la construcción narrativa de un partido político, un conflicto internacional o una crisis económica dictaminará su visión histórica de la misma. Conformará la realidad de lo que ocurre y ocurrió a nuestro alrededor a través de esos datos que nos llegan, lo que nos alerta de que la desinformación puede venir por parte de cualquier fuente, incluso, contrariamente a lo que pueda parecer, por parte de las autoridades políticas.


Para diferenciar a las desinformaciones de meros bulos o informaciones verídicas recopilaremos una serie de características que nos ayudan identificarlas. La desinformación es especulativa y toca normalmente temas sensibles. Esto, permite que su mensaje quede en la conciencia colectiva como un residuo, sea veraz o no. Así pues, se sirve de la tendencia humana a escuchar lo que reafirmas sus ideas preconcebidas, consiguiendo un gran éxito entre el público al que se le dirige. Esto, implica una manutención de prejuicios que, además, enfrenta a una parte de la sociedad con otra. La desinformación no es ocultar información en sí misma, es contarla de determinada forma para lograr un objetivo concreto. Estos objetivos se sirven del enfrentamiento de la sociedad para desviar la atención o simplemente crear etiquetas sociales ante, por ejemplo, un colectivo.


Cómo vemos, la desinformación como práctica social podría considerarse como forma de “entretenimiento” ya que su destino es propagar un mensaje, en muchos casos despistando al espectador o sobresaltándole con un dato polémico. No es casual pues, que muchas de estas informaciones se emitan en programas televisivos donde tertulianos emiten opiniones y datos que se disuelven en discusiones, utilizando sentidos populistas que impliquen a un mayor número de espectadores.

Así pues, como espectadores debemos tomar responsabilidad y entender qué información consumimos y, sobretodo, cuestionar y relativizar esta en función del contexto y el medio donde se nos brinde.


Por último, es importante saber cómo podemos combatir este tipo de informaciones. Como creadores de contenido, pero en cierta medida también como receptores, debemos verificar de dónde viene la información, es decir, buscar fuentes confiables y medios respetados y con trayectoria que nos den una fiabilidad real de aquella información que estamos dando.


Una vez hecho esto, sería importante fijarnos si no atiende a interés personales y, sobre todo, tener criterio para compartirla, es decir, ser un elemento activo de filtro en esa cadena que mencionábamos al principio. De esta forma, construiremos un flujo comunicativo mas veraz y, sobretodo, enriquecedor a nivel periodístico. Desde este punto de vista, internet nos ofrece un trampolín para comparar, conocer y así erigir una sociedad que haga un correcto uso de sus herramientas comunicativas, priorizando la buena praxis periodística de aquellas informaciones que asienten nuestra realidad.


En definitiva, ya sea como espectadores o como receptores debemos tomar acción como individuos críticos que filtran y diferencian entre: información y entretenimiento, periodismo y populismo, realidad y ficción, asumiendo nuestras responsabilidades en un mundo que utiliza cada vez más la comunicación como arma.

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